Postpandemia, elecciones cruciales en Brasil o en Colombia, transiciones difíciles en Venezuela, en Chile o en Honduras, Cuba, la OEA y la relación con el gobierno Biden son los temas que este año marcarán la agenda latinoamericana.
Mauricio Jaramillo Jassir*
Desigualdad, pobreza y malestar
Se supone que 2022 será el año de la recuperación posterior a la pandemia para América Latina. Los procesos políticos interrumpidos retomarán su curso y las elecciones determinarán la correlación de fuerzas entre izquierda y derecha.
El reto que enfrenta América Latina es evitar que el peso de la recuperación económica recaiga sobre la clase media, ya castigada por medidas que no intentan corregir el problema de la concentración de la riqueza en la región más desigual del mundo.
Es más: durante la pandemia varios países registraron un aumento del coeficiente de Gini (casi tres puntos en promedio), lo cual sugiere un retroceso en los programas progresistas que se habían adoptado en los años anteriores.
Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), 45 millones de personas perdieron sus empleos a raíz de la pandemia y 20 millones cayeron en la pobreza, para un total de 209 millones de pobres.
El escenario es lamentable y las márgenes para los gobiernos son estrechos, pues la ciudadanía esta más empoderada y cada vez más hastiada de la política.
Venezuela: fracaso y recuperación
Desde hace varios años el centro de atención de América Latina es Venezuela. En julio de 2016, varios gobiernos conservadores crearon el denominado Grupo de Lima, cuando esa corriente era mayoritaria y gozaba de una pequeña hegemonía mal administrada que afectó la legitimidad de la derecha y puso en evidencia la falta de un discurso regional.
Este grupo es una instancia multilateral que pretende acompañar a la oposición venezolana para encontrar una salida pacífica a la crisis, un grupo obsesionado con la tecnocracia y el antipopulismo.
Su peor decisión fue aislar a Venezuela. Estos años de cerco diplomático no ayudaron a la democratización ni a la reconciliación. Por el contrario, el oficialismo y la oposición se radicalizaron y los venezolanos “de a pie” sufrieron las peores consecuencias de las sanciones económicas y del bloqueo de diálogos políticos.
Por esa falta de resultados, Venezuela se convirtió en un tema obligatorio para América Latina y ahora se ejerce presión para que retomar el diálogo en México que fue interrumpido por el oficialismo hasta que se libere a Alex Saab, detenido en Estados Unidos.
Es una buena noticia que parte de la oposición insista en la necesidad de negociar, incluido Juan Guaidó, quien no se resigna a perder el liderazgo de la oposición aun cuando su imagen ha caído en picada en los últimos años.
Se espera que las negociaciones se retomen en 2022 y que Venezuela siga con la recuperación económica jalonada por la entrada masiva de remesas consecuencia de la reactivación en los lugares donde está buena parte de los exiliados y de una dolarización de facto.
Las estimaciones sugieren que el país llevará la producción de petróleo diaria a más de un millón de barriles, la inflación descenderá a dos dígitos y habrá crecimiento económico.
Esto confirma una ventaja del oficialismo frente a la oposición, pues la recuperación, aunque tímida, es una conquista del Partido Socialista Unido de Venezuela que esta urgido por mostrar resultados después de años catastróficos en materia económica

Chile y su constituyente
Tras confirmar de manera definitiva la necesidad de una refundación que borre el legado controvertido de Augusto Pinochet, Chile enfrenta el desafío político más complicado en treinta años de gobiernos democráticos.
El pueblo chileno acudió masivamente a las urnas para aprobar la reforma constitucional con una participación histórica en un país habituado al abstencionismo. Confirmando la inclinación al cambio, eligieron sin titubeos a Gabriel Boric.
Pero para construir un nuevo pacto social se necesitarán consensos difíciles de alcanzar. El proceso de negociación y aprobación final de la nueva Constitución puede ser más dispendioso si se considera la enorme fragmentación de las fuerzas políticas que hacen parte de la llamada convención constitucional. La izquierda, el centro y el progresismo tradicional están divididos, mientras que la derecha debilitada por sendas derrotas electorales parece estar más cohesionada para resistir lo que entiende como una marea revolucionaria que pone en riesgo un modelo que cree sigue funcionando.
Honduras en transición
La situación en Honduras es similar. Durante los últimos doce años, ese país tuvo gobiernos que legitimaban el golpe de Estado de 2009 contra Manuel Zelaya, debilitaban la democracia y convertían el país en un narco Estado, tal como lo sugirió un Fiscal de Nueva York quien acusó al expresidente Juan Orlando Hernández de complicidad con el narcotráfico.
Pero ahora el gobierno de Xiomara Castro comienza una nueva era. Por primera vez en la historia, una mujer accede a la presidencia y lo hace con una votación inédita que le da un margen de maniobra amplio para un proyecto progresista.
Honduras entra en esta nueva ola de gobiernos progresistas que junto a Argentina, Bolivia, México y Chile pretenden demostrar que entienden las lecciones de la tragedia venezolana. La llegada de estos líderes confirma que ya no funciona la apelación al miedo, agitando la bandera del castrochavismo.
Elecciones en Brasil y en Colombia
Este año habrá elecciones presidenciales en Brasil y en Colombia.
América Latina enfrenta una coyuntura que desconoce: la crisis sanitaria y económica y el reto del tema migratorio que la obliga a concertar políticas de largo aliento y verdaderamente regionales.
Es muy difícil que Jair Bolsonaro sea reelegido. Todo parece indicar que Luis Ignacio Lula da Silva volverá al poder, después de que las autoridades lo declararan inocente tras las acusaciones por corrupción en el caso de Odebrecht.
Sin embargo, no está claro si Lula dispondría de una mayoría notoria o representativa en el Congreso. Así, si efectivamente el Partido de los Trabajadores recupera el poder, tal vez no podrá gobernar fácilmente.
Conviene recordar que el legislativo en Brasil es uno de los más fragmentados, circunstancia que explica parcialmente cómo se gestó en el seno de dicho aparato la salida de Dilma Rousseff plagada de contradicciones.
Ahora bien, el retorno de Brasil a las filas del progresismo significaría un revés para los espacios de discusión impulsados por la derecha, como el debilitado Grupo de Lima y Prosur, o incluso su desaparición.
Asimismo, se traduciría en la mejora y el resurgimiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), cuyas actividades se suspendieron por la hegemonía conservadora de hace unos años, pero que ahora se revitaliza con la llegada de las administraciones de izquierda.
Colombia merece un comentario aparte pues por primera vez en la historia existe la posibilidad de que un gobierno progresista o de izquierda llegue al poder. Este es un cambio sustancial en la política de América Latina.
Colombia podría pasar de ser un aliado incondicional de Estados Unidos, e incómodo para alguno de sus vecinos, a reivindicar el discurso consagrado en la Constitución: deben tener prioridad las relaciones con América Latina y el Caribe (preámbulo, artículos 9 y 227), algo que desafortunadamente pocos gobiernos han materializado.
Sin embargo, debido al poco peso de la política exterior en los debates presidenciales permanece una incógnita: qué hará un gobierno de centro o uno progresista con Venezuela o cuál será la estrategia después del rotundo fracaso del cerco diplomático.
La integración ausente
América Latina enfrenta una coyuntura que desconoce: la crisis sanitaria y económica y el reto del tema migratorio que la obliga a concertar políticas de largo aliento y verdaderamente regionales.
Es incomprensible que aunque enfrenta el momento más crítico de su historia en términos humanitarios, con más de seis millones de venezolanos refugiados (superando el número de migrantes sirios), no reactive los espacios de concertación política, bien sea la OEA o la CELAC.
En el caso de la OEA, el secretario general Luis Almagro optó por politizar la crisis migratoria venezolana, postura que contraviene la esencia de los derechos humanos y revive la retórica de Washington en el caso cubano y sus resultados lamentables.
La OEA se ha apartado de los grandes temas que afectan a la región, incluida la migración, tal vez el retroceso más grande de la organización en lo corrido de la era de la globalización.
Quedan temas pendientes que seguramente no sufrirán grandes cambios en este 2022 como la relación con Estados Unidos Dicho gobierno está más centrado en su política interna y con otras regiones, que en revivir una alianza con América Latina, algo difícil de concretar en este momento.
Por otro lado, Cuba mantendrá su importancia como Estado que reivindica el fin de las sanciones, en especial en el contexto de la pandemia cuando estas son mucho más dañinas y agresivas. La situación de Cuba es fundamental para América Latina y el Caribe, pues La Habana es vital en el contexto venezolano, es aliada de la paz en Colombia y es la contradictora natural de Estados Unidos en la región.
El panorama es complicado en una región donde la polarización, las divisiones y los llamados a cambios fundamentales parecen el común denominador del presente y del futuro inmediato.