Sociólogo, periodista, viajero, las múltiples facetas de Alfredo Molano le permitieron dejar un legado que rescata las voces olvidadas de nuestra historia y nos lleva a conocer las causas profundas del conflicto que todavía padecemos.
Darío Rodríguez*
Conocer de primera mano
Alfredo Molano llegaba adonde otros apenas alcanzaban a imaginar que existían territorios. Hasta esos lugares de la mal llamada “otra Colombia” (como si este país fuera solo Bogotá o, entre diciembre y enero, Cartagena de Indias).
Gracias a sus primeros libros, como Selva adentro (1987), en Colombia se supo de las colonizaciones que había sufrido el departamento del Guaviare (territorio aún incógnito en el siglo XXI) y que iban desde la cruel explotación del caucho hasta los cultivos de coca, pasando por la industria de la marihuana.
Los relatos recogidos en ese libro y el estudio sociológico e historiográfico que los acompañaba pueden leerse hoy, más de treinta años después, como una alegoría de las lógicas violentas con las cuales se ha formado la nación.
Dentro de la alegoría caben, sin problema, todos los ingredientes de nuestra inventiva y de nuestra tragedia: las luchas por la posesión de tierras, las avanzadas de grupos armados (y su sevicia consecuente), las estrategias para transportar ganado o estupefacientes desde la tupida selva hasta Bogotá, que parecen pertenecer a una novela de Emilio Salgari o de Julio Verne, salvo por su carácter macabro.
Molano conoció de primera mano esos territorios. Los anduvo a caballo y a pie, deteniéndose con el afán de prestarle oído al colono, al campesino o al raspachín para que su historia, la verdad de su entraña, quedara registrada en el libro. Así sucedió con los volúmenes que vinieron y que acabaron por volverse testimoniales.
Antes de internet y de los canales televisivos expertos en viajar a zonas lejanas, Alfredo Molano les descubrió a los lectores de las ciudades territorios que parecían irreales, como La Julia, Vistahermosa o Calamar, y además plantó una primera semilla que nos permitiría entender las raíces del conflicto colombiano.
Trochas y fusiles, el libro donde se recogen el origen remoto de las FARC y el problema de desigualdad de una economía feudal entre masacres y esclavitud, es un documento fundamental para comprender por qué debemos negarnos a plantear la historia colombiana en calidad de una reyerta entre buenos y malos.
Vencer ese maniqueísmo fue una de las banderas que enarboló Molano toda su vida. Esta es una herramienta valiosa si se trata de analizar la injusticia nacional: los personajes, al relatar sus periplos, revelan que la necesidad (y no únicamente la ambición ni la venganza), pueden llevarlos a bordear la ilegalidad, incluso a convivir con ella.
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La otra historia
La obra entera de Alfredo Molano se puede conjugar en una línea de tiempo coherente: iría desde la estructuración del Sur colombiano, en sentido poblacional y territorial, hasta las secuelas de las reformas agrarias instauradas por el narcotráfico, el paramilitarismo y las guerrillas de cuño liberal o socialista. Este período va, más o menos, de la década de 1920 hasta nuestros días.
No es arbitraria esta elección. El país fue fraccionándose a partir de aquel tiempo lejano y las brechas dejadas por las colonizaciones fueron el campo para que nacieran las violencias posteriores. Libros como Aguas arriba y, sobre todo, Del llano llano exponen cómo se fue quebrando la ilusión de una patria centralista, cohesionada, al punto de instalarla en guerras civiles casi invisibles.
Texto a texto, narración a narración, Molano colmó los vacíos dejados por la historia oficial, más interesada en limpiar los crímenes de Estado o en salvaguardar una imagen impecable de ciertas élites que en mostrar los esfuerzos del pueblo raso por sobrevivir ante los desafíos que se le van presentando: la conquista de lugares feroces, las selvas, los llanos, o ganar un dinero que mejorará su comida básica. Lo que su obra refleja es el afán por contar aquello que está por fuera del discurso institucional.
Texto a texto, narración a narración, Molano colmó los vacíos dejados por la historia oficial.
Gracias a su formación como sociólogo en la Universidad Nacional, Molano pronto notó que sus investigaciones debían pasar por un tamiz periodístico y literario si quería que develaran el íntimo tejido que encubrían.
Por eso no es extraño que el fenómeno del tráfico de drogas sea estudiado por él desde sus bases, las llamadas “mulas” o transportadores de cargamentos ilícitos que arriesgan su porvenir llevando sustancias de un continente a otro, o desde la óptica de cultivadores y recolectores de coca, campesinos que nada tienen que envidiar en sus apreciaciones a cualquier investigador social.
![]() Foto: Biblioteca Nacional de Colombia |
Estos relatos (elaborados en primera persona y con una intensidad digna de la más alta literatura) se encuentran en volúmenes como Rebusque mayor. Publicaciones como esta demuestran la contribución de su autor no solo a las Ciencias Sociales sino a nuestras letras, pues Molano logró hermanar disciplinas que parecían no guardar ninguna relación entre ellas.
En su obra se lleva la indagación científica a otros planos, más accesibles al gran público. Esto se observa con claridad en un relato titulado ‘Melisa’ (de Trochas y fusiles), en el que una guerrillera de las FARC explica las lógicas bélicas, organizativas y sentimentales de un colectivo levantado en armas y las hondas contradicciones de una guerra que siempre se nos ha mostrado con un sabor telenovelesco o bajo el imperio de la estadística.
En las páginas de Molano el frío dato numérico adquiere carne y sangre. La senda abierta por sus predecesores (Luis Eduardo Nieto Arteta, Jaime Jaramillo Uribe), quienes desde los estudios históricos y analíticos intentaron plantear la estrecha relación entre economía, colectividades y cultura, encuentra su mejor complemento en las indagaciones y testimonios recogidos por el autor de Ahí les dejo esos fierros.
Lo que leímos en Economía y cultura en la historia de Colombia lo vivimos gracias a las travesías de Molano en Siguiendo el corte o En medio del Magdalena Medio. Y en esta comunicación de la experiencia cumple un gran papel el fino oído del periodista cuando se emparienta con el científico social, apartando de los escritos la deducción hermética o el suceso truculento, y dejando, al fin, trozos honestos de víctimas y victimarios.
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Una carta al futuro
Mención aparte merecen las labores de Alfredo Molano como columnista y conferencista, sobre todo durante los años recientes, signados por el proceso de paz y el influjo del uribismo. Debe recordarse que este trabajo lo condujo al exilio y también a ser satanizado por diversos sectores, incluso entre las izquierdas con las cuales simpatizaba.
En las páginas de Molano el frío dato numérico adquiere carne y sangre.
Buena parte de sus contribuciones retomaron sus ideas esenciales, como las de una política de legalización de las drogas equilibrada con una nueva y vasta reforma agraria. Sin temor a la impopularidad, en su momento Molano también escribió una semblanza del dirigente guerrillero Alfonso Cano, a quien había conocido en la universidad.
Con idéntico tono sostuvo, a lo largo de varias columnas, la osada opinión de que la minería superaba en ganancias monetarias al narcotráfico a costa de la depredación y la anulación de poblaciones enteras bajo los marcos de una suerte de holocausto legal, amparado por los gobiernos.
A finales de 2016 escribió una carta para su nieta Antonia, en la que le habla del terco acontecer colombiano, empecinado a un tiempo en la guerra y en la búsqueda de la paz. A la luz de su partida bien puede entenderse esta misiva como un testamento.
“Te confieso que he sentido esa alegría plena —esa que llena el pecho y eriza el cuero— tres veces: cuando los guerrilleros del M-19 salieron en avión para Cuba después de haberse tomado la Embajada de República Dominicana, cuando se firmó la Constitución de 1991, y el jueves pasado, cuando las Farc y el Gobierno le dijeron al mundo: Es el último día de guerra en Colombia”.
Pasión investigativa; agudo olfato de cronista; rigor en el análisis. Ese fue, y es, el destino de Alfredo Molano. Nos queda el interrogante de quién continuará su legado.
![]() Foto: Centro Nacional de Memoria Histórica |
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*Escritor y editor, columnista de www.cartelurbano.com
@etinEspartaego