El nuevo libro de Alejandro Gaviria muestra bien los errores de Petro, pero no muestra los serios problemas del centro para entender y actuar en la difícil coyuntura de Colombia.
Mauricio Velázquez*
Un análisis parcial y sintomático
En su nuevo libro, La explosión controlada, Alejandro Gaviria explica las razones que produjeron el triunfo de Gustavo Petro y hace un balance de su gobierno.
Este balance se resume en la incapacidad del presidente para traducir una visión grandilocuente en políticas concretas, en el desorden de los gabinetes, en la exigencia de militancia a los ministros, en la falta de método, en la farsa de la participación, en el delirio discursivo, en la paranoia y en la victimización.
Sin embargo, es más interesante deducir del libro cuáles fueron los errores del centro y qué debe cambiar si quiere ganar las próximas elecciones. El diagnóstico sobre Petro es útil, pero su naturaleza parcial expone los problemas críticos del propio autor y del sector político que representa, el síntoma que atraviesa el libro, la aversión a construir una teoría de pueblo.
Esta carencia no solo se debe a lo que algunos lectores han notado y que es la actitud egocéntrica de Gaviria: “mi temperamento político era distinto”; “me había desconectado emocionalmente del Gobierno”, dos semanas después de entrar en él; “Sentí ese día que esta idea que, repito, en mi caso es una idea vital, una forma de trasegar por la vida, no era compatible con la idea del Gobierno”; “Mi visión de la política parte de una convicción que postula la preeminencia de la gente sobre las ideologías, los grandes planes, los impulsos mesiánicos y los deseos de justicia”.
Pero si el centro liberal quiere volver al poder en la era post-Petro ese acuerdo con la socialdemocracia se tiene que reforzar con una mayor apertura a la voz de la gente como es, no como quisieran que fuera.
Es cierto que la vanidad nos da esa “distinción”, esa “desconexión” o esa preeminencia de la gente sin pueblo. Pero el problema del centro liberal va más allá de eso.
Desconfianza en el pueblo
Para empezar, no es cierto, como dice Gaviria, que el centro liberal tenga una visión de la democracia que lamentablemente deja de funcionar cuando la gente cae en un momento de “enfermedad” populista como el actual. El problema del liberalismo es que no tiene teoría del pueblo porque no solo no la necesita, sino que activamente la denuncia por populista tanto en la derecha como en la izquierda.
Según Friedrich Hayek, el liberalismo es, en últimas, compatible con el autoritarismo. Para el liberalismo, el principio de acción política es pesimista y sus sistemas de gobierno solo pueden pensar en modos de evitar los peores vicios del faccionalismo. Por eso la socialdemocracia es apenas un compromiso con el socialismo para atajar los totalitarismos. Ese acuerdo incómodo le da al liberalismo reglas de juego más o menos estables, a cambio de un papel redistributivo del Estado.
Pero si el centro liberal quiere volver al poder en la era post-Petro ese acuerdo con la socialdemocracia se tiene que reforzar con una mayor apertura a la voz de la gente como es, no como quisieran que fuera. El riesgo del liberalismo ha sido en últimas que anhela que el pueblo se vuelva gente, una vez se haya educado.
Al respecto me parece revelador en el libro que la forma en que Gaviria interpreta a Hirschman. “La libre elección no está, no aparece en la semántica del presidente Petro. No concibe que, como sugería Albert O. Hirschman, la competencia del permite a los ciudadanos una forma eficaz de protesta: simplemente se cambian de empresa o de proveedor. En los monopolios estatales tienen un único recurso o defensa, la protesta en las calles, que es con frecuencia ignorada”.
Pero Hirschman dijo todo lo contrario. Fortalecer la voz es crucial porque es el mecanismo político por excelencia. La política, a diferencia de la economía, tiene la voz como mecanismo para buscar mejoras en calidad. La falta de salida le conviene a la voz, de lo contrario quienes protestan eventualmente se van.
En 2026 no solo se requerirá prometer equilibrios entre sociedad y mercado, algo valioso del legado como ministro de salud de Gaviria. El centro político deberá asumir con determinación la tarea de buscar un relato de acción política en sí misma, sin temor a involucrar activamente al pueblo en el proceso.
El argumento de Gaviria sobre las elecciones
Según el argumento de Gaviria el centro perdió las elecciones porque “la indignación demandaba el cambio. A secas”. Se trataba, como sugería Tocqueville, de un “volcán”. En otras palabras, el país no estaba para las “ambigüedades retóricas” de Gaviria.
Al estar durmiendo sobre un volcán, se “justificaba mi derrota y la derrota del centro político, dedicado infructuosamente a calibrar el cambio, a matizarlo y sopesarlo con cuidado”. Así encontró “una explicación a [su] fracaso electoral”. El país quedó entre un presidente errático, Hernández, y otro amenazante, Petro, y, como Gaviria es un liberal romántico, decidió apostar por su pasión por la libertad y por la pasión de Petro por la igualdad.
Según Gaviria, en la elección de 2022 convergieron el enfrentamiento ruidoso de las élites de Uribe y Santos, la corrupción amplificada en redes sociales y los falsos positivos, que llevaron a la caída en la confianza de las instituciones. A estos factores “condicionantes” se sumaron dos “precipitantes”: la pandemia y unas clases medias nuevas con mayores expectativas.
En ese momento llegaron los “detonantes”: la reforma tributaria “que mostraba una indiferencia casi desafiante hacia los problemas sociales”. Después, la violencia represiva y el fracaso del gobierno para mantener el orden exacerbaron los ánimos. “El cambio era entonces inevitable”.
Es aquí donde Petro “logró darle a la revuelta un sentido, construir un relato, no el de un científico social, pero sí el de un político elocuente, retóricamente habilidoso”, a saber: “hay violencia porque no hay derechos y no hay derechos por la corrupción y el neoliberalismo. O al revés, sin neoliberalismo, y sin los políticos corruptos de siempre habrá prosperidad y paz”.
Pero este fatalismo de Gaviria raya en marxista y su análisis no aborda la responsabilidad que él mismo tuvo en lo que pasó. Yo diría que, al contrario, el volcán era una oportunidad para que un candidato de centro pudiera ganar las elecciones si hubiese tenido una estrategia más seria.
Tal era el momento para el centro político que Angélica Lozano se atrevió a vetar a Roy Barreras, y Fajardo creyó que podría sacar a Gaviria de la carrera si denunciaba sus cercanías con el liberalismo. A tal punto llegó el infantilismo, la falta de cuadros conectados con la realidad en la calle, que Betancourt quedó encargada.
En el ensayo de Gaviria, hay una autocrítica que por rápida y en apariencia mordaz revela una vanidad de quien acepta la falta menor: la ingenuidad y el ser aprendiz. En cambio, oculta el error más importante, el que pone en duda el buen juicio. ¿No debería haber abordado momentos claves de la campaña como sus declaraciones sin lectura de momento, sus errores estratégicos o sus ambivalencias más costosas?

La diferencia más importante en el momento político actual, y la que amerita una reflexión de fondo, es la cautela, casi el pánico, con la que el centro liberal aborda la tarea más desafiante de una campaña contemporánea: construir una teoría del pueblo.
Además, parece impedido para observar la tradición liberal en sus virtudes, pero también en sus barbaries. Al centrarse en la crítica al dilema de Petro -quien articuló la voz pero parece impulsar por su desorden e inacción el retroceso del país- ignorando las responsabilidades del centro, Gaviria invita a pensar en su propio dilema, el dilema de un intelectual público que alguna vez se presentó como un candidato de centro, sembrando esperanza en un terreno fértil, pero dejó que esa esperanza se marchitara.
Las dos teorías de la victoria
El libro de Gaviria destaca la importancia de escribir sobre procesos políticos en lugar de personalidades, ofreciendo una visión accesible de la política. Aceptando su invitación, compartiré mi perspectiva sobre la derrota del centro liberal, derivada de mi participación en los primeros meses de su campaña.
La candidatura de Gaviria siempre tuvo un problema. Había dos teorías implícitas de la victoria que tenían que ver con cómo y cuándo sumar el apoyo de los liberales:
- la teoría “de los dos tiempos” y
- “la combinación de las formas de hacer política”
Nadie creía ni en las cuentas puristas de Fajardo y los esfuerzos de Petro por subir ese partido a su campaña pronto demostró que la denuncia del Pacto Histórico sobre las “maquinarias de Gaviria” era solo parte de la estrategia para quedarse ellos con ese partido.
En primer lugar, la teoría de “los dos tiempos” sugería que el país estaba agotado de la polarización y había llegado el momento de un candidato de centro, académico, pero a la vez probado como ministro, un sobreviviente que entendía el valor de la decencia y el bien público. Un exrector que había abierto las puertas del campus para proteger estudiantes ante el asedio de la policía.
Esta tendría que ser una campaña de la esperanza, sin miedo a articular en un relato de futuro todo el dolor social del presente. Una campaña apoyada por un movimiento de voluntarios, de redes sociales y de un buen manejo de los medios. De ahí, los rumores de que un asesor de Obama andaba en la campaña.
Según esta teoría, que yo compartía, las negociaciones con sectores políticos tradicionales vendrían después, cuando Gaviria tuviera suficiente peso político propio en la campaña como para negociar de una manera más equilibrada con César Gaviria y así tener el control del Partido Liberal. De ese modo, se podría consolidar una nueva mayoría.
En segundo lugar, la teoría de la combinación pretendía juntar la estrategia de opinión con la de la estrategia de maquinarias políticas. Partía del supuesto de que para ser un candidato viable había que mezclar la estrategia tradicional de acuerdos con maquinarias y la estrategia de opinión.
Era una teoría de ambivalencias, tejidas en un relato extraño de responsabilidad política, de estar dispuesto a negociar con los contrarios. Todo lo que hacía viable la teoría de “los dos momentos” solo se potenciaría en la teoría de la “combinación”. En mi opinión esta segunda teoría fue la que se puso en práctica.
La diferencia entre Petro y Gaviria como candidatos no se reduce a la diferencia entre liberalismo y socialismo, o a este tema de las teorías de la victoria, aunque se considera casi un milagro ganar una elección sin teoría explícita. Tampoco se reduce a que Gaviria nunca conformó un equipo de campaña verdaderamente representativo del pueblo que lo elegiría, o que dejara en la práctica que su candidatura acabara con un desbalance de influencia hacia quienes se irían con Rodolfo en segunda vuelta.
La diferencia más importante en el momento político actual, y la que amerita una reflexión de fondo, es la cautela, casi el pánico, con la que el centro liberal aborda la tarea más desafiante de una campaña contemporánea: construir una teoría del pueblo.
Por ello, quienes compartimos una visión de centro debemos llevar a cabo un examen muy cuidadoso de las pasadas elecciones. El ensayo de Gaviria se presenta como una excelente oportunidad para empezar a hacerlo. Resulta extraño y poco ayuda a la urgente reflexión que necesita el centro que Gaviria resuma todo el desastre estratégico con un estar “dedicado infructuosamente a calibrar el cambio, a matizarlo y sopesarlo con cuidado”.