Alejandro Gaviria: ¿promesa de una tercera vía? - Razón Pública
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Alejandro Gaviria: ¿promesa de una tercera vía?

Escrito por William Duica
William Duica

Para conquistar a la ciudadanía, el candidato deberá aclarar sus posturas políticas.

William Duica*

Los retos

El problema de Alejandro Gaviria es que es inteligente e ilustrado. Debido a ello, el gran reto que tendrá que enfrentar como candidato a la presidencia de Colombia es el de su propia sapiencia. Obviamente, es lamentable para una sociedad que las virtudes intelectuales de una persona sean el principal obstáculo para ejercer su liderazgo. Pero eso ocurre en sociedades en las que una profunda crisis de la cultura produce un cierto tipo de pobreza emocional y epistémica; un deterioro que termina por darle espacio a gobernantes dogmáticos e ineptos.

Este fenómeno no es exclusivamente contemporáneo; al menos un par de emperadores romanos lidiaron con él. Y en la actualidad, tampoco está circunscrito a los países del tercer mundo, pues, la derrota de Al Gore frente a George Bush, por ejemplo, puede ser entendida desde esta perspectiva de la crisis de la cultura. Así pues, lo que me anima no es decir que Colombia no esté lista o sea demasiado bárbara para tener un candidato de altas cualidades intelectuales. Esta no es una pueril diatriba anticolombiana a lo Fernando Vallejo, o una versión renovada del “Colombia es un país de cafres” de Darío Echandía.

Quiero, más bien, especular sobre el significado que le podemos dar a la participación de Gaviria en la carrera presidencial. Y lo digo de esta manera porque no se trata de un significado ya dado que esté disponible para su uso, sino de uno que se irá construyendo, tanto por seguidores como por detractores, sobre la marcha de los acontecimientos.

Voy a aprovechar que las contiendas electorales están dominadas por el lenguaje de la publicidad para señalar que la campaña Gaviria ya empezó posicionándolo como un candidato “de centro”, dotado de una perspectiva “humanista”.

Es sobre el significado de esos valores de marca que vale la pena detenerse y hacer un breve examen.

La polarización como contexto

Hoy por hoy, Colombia se describe como una sociedad dividida. La tendencia al equilibrio, que se vio en los resultados de las últimas elecciones presidenciales y que ya se había registrado en el plebiscito por la implementación de los acuerdos de La Habana, ha creado un escenario de tensión que algunos identifican (burdamente) como la polarización entre izquierda y derecha. Pero la polarización no consiste en la mera existencia de la izquierda y la derecha, sino en la radicalización que hace pensar que no hay ninguna causa que pueda ser compartida y que el otro no merece ser escuchado. La polarización es un problema de contenidos, sí; pero sobre todo de prácticas de oposición radical y extrema.

la campaña Gaviria ya empezó posicionándolo como un candidato “de centro”, dotado de una perspectiva “humanista”.

En esta lucha por el poder entre visiones presuntamente inconmensurables florecen las noticias falsas, la guerra sucia, la difamación, la demagogia populista, y los respaldos y rechazos “masivos” fabricados en bodegas digitales. Así entendida, la polarización es uno de los síntomas de una crisis de la cultura que consiste en el empobrecimiento emocional (una pérdida de la empatía con la dignidad del otro) y el empobrecimiento epistémico (una pérdida de la sensibilidad a la verdad y la justificación racional).

En este escenario empobrecido se empiezan a ignorar las reglas del juego del diálogo y el debate (reglas morales y racionales) hasta que, finalmente, desaparecen el debate, el diálogo y las reglas. Por eso es que la polarización es uno de los peores males para la democracia. Porque lo que define la democracia es básicamente el respeto de unas reglas de juego para la vida de una comunidad diversa.

Democracia y academia

La democracia tiene una profunda relación con la academia, en la medida en que ambas procuran ser un espacio en el que las personas sean completamente libres para pensar lo que quieran y expresarlo sinceramente, y ambas configuran un espacio altamente sujeto a reglas morales y racionales. En ese sentido las prácticas de la academia se contraponen a las de la polarización. Los opositores radicales no son libres de pensar lo que quieran porque están prisioneros de la aprobación de las tribunas (de ahí la demagogia populista), y tampoco pueden decir lo que piensan porque antes de ser sinceros deben hacer un cálculo de pérdida y ganancia de votos. Por eso, quien transita de la academia a la política polarizada tiene el reto enorme de enfrentarse a su propio compromiso con la verdad, la argumentación y la sinceridad y decidir si esas son virtudes por las cuales vale la pena perder la carrera.

Foto: Corpamaj - Ser de “centro” no debería significar no tomar postura, sino tomar lo mejor de cada una.

La trampa del centro

Mockus y Fajardo son nuestra experiencia más reciente de personas que salen de la academia para lanzarse a contiendas presidenciales. De acuerdo con lo dicho no es casualidad que ambos se hayan presentado como candidatos “de centro”. Pero, aunque en ambos casos podría decirse que fueron un modelo de moderación “de centro” en sus prácticas, es difícil tener una idea clara acerca de donde estaban parados cuando enfrentaban interrogantes cuyas respuestas normalmente sitúan a las personas en el espectro político que va de la izquierda a la derecha.

Al confrontarse con esas inquietudes Mockus parecía incomprensible y nebuloso mientras que a Fajardo la opinión pública terminó calificándolo de “tibio”. Creo que ambos cayeron en la trampa de pensar que para ocupar el “centro” bastaba con “no ser ni de izquierda, ni de derecha”. Pero ese lugar no existe en el espacio lógico de la política.

El “puro centro democrático” no existe. No se puede aspirar a un lugar políticamente neutro entre izquierda y derecha. Y la experiencia de Mockus y Fajardo quizá muestra, además, que buscar ese punto ni siquiera es deseable.

La tensión esencial

Si Gaviria quiere transitar por una tercera vía tendrá que darle contenido a esa postura. Quizá una combinación ideológicamente incoherente entre izquierda y derecha sea una manera pragmáticamente afortunada de hacerlo. En cierto sentido, las contradicciones que pueda haber entre sus ideas de eficiencia económica y humanismo son un buen síntoma. Porque entre más agudas sean esas contradicciones, más claro será si se trata de un humanismo “sin cálculo económico” o si se trata de una perspectiva humanista integrada al beneficio económico del capital privado.

El análisis de Marx sobre el capital puso de relieve cómo la producción de mercancías terminaba por deshumanizar al trabajador.  Ese análisis terminó por crear una relación muy estrecha entre capitalismo y deshumanización. Por eso para Marx el comunismo es un humanismo. Pero el capitalismo posindustrial ha producido una versión del humanismo y ha desarrollado incluso una ética empresarial en la que se conjugan capitalismo y humanismo de una manera que nunca deja de producir beneficios de capital. Sin embargo, este humanismo capitalista, que no entra en contradicción con la eficiencia económica, hace parte del modelo de países en los que los indicadores de crecimiento económico aumentan a la par con los de la desigualdad social.

El “puro centro democrático” no existe. No se puede aspirar a un lugar políticamente neutro entre izquierda y derecha. Y la experiencia de Mockus y Fajardo quizá muestra, además, que buscar ese punto ni siquiera es deseable.

Entre el humanismo comunista que prioriza la igualdad social y el humanismo capitalista que pone en el centro el crecimiento económico del capital privado, hay una tensión esencial. Son dos formas de entender el desarrollo de la sociedad que ejercen sus fuerzas en sentidos contrarios. Pero ocupar un lugar “de centro” no consiste en evitar tomar una postura, sino en sopesar los compromisos adquiridos con el futuro del país para poder expresar con argumentos y sinceramente si el crecimiento de la desigualdad se seguirá explicando como un infortunado resultado colateral del desarrollo económico, o si el proyecto de reducir la enorme inequidad social tendrá una primera oportunidad sobre estas tierras.

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