Albalucía Ángel: una lectura necesaria para pensar el país
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Albalucía Ángel: una lectura necesaria para pensar el país

Escrito por Julián Guerrero
Albalucía Ángel una lectura necesaria

El homenaje de la Universidad Nacional a esta autora es la defensa de un ejercicio literario creativo y estimulante para pensar el futuro de Colombia.

Julián Guerrero*

Reconocimiento necesario

Este viernes 23 de septiembre la Universidad Nacional de Colombia le otorgó a la escritora pereirana, Albalucía Ángel, el Doctorado Honoris Causa por sus aportes a la literatura del país y de América Latina.

Este reconocimiento se suma a muchos más que ha obtenido en los últimos años y que poco a poco saldan la deuda que tiene el país con una de las autoras más hábiles y arriesgadas de su tiempo.

Deuda adquirida porque la obra de Ángel no sólo es poco conocida en el país, sino que se ha visto relegada a un lugar secundario detrás de los grandes nombres masculinos de nuestra literatura.

Y porque sus apuestas narrativas —que se caracterizan por el desarrollo de la mentalidad y privacidad de sus personajes— han sido desplazadas por la constante exigencia de una literatura diáfana, sencilla y poco imaginativa: literatura que para muchos es la manera correcta de contar la historia de Colombia.

El Honoris Causa dado por la Universidad Nacional es un buen pretexto para pensar en la necesidad de revivir y darle el lugar que merece su literatura en nuestro tiempo. Darle su lugar no sólo implica ofrecerle un espacio antes negado en el canon nacional, sino defender el ejercicio creativo arriesgado como el suyo, complejo en sus maneras de aproximarse a la realidad y estimulante para pensar el futuro del país.

Una vida en movimiento

Albalucía Ángel nació en Pereira en 1939 en una familia de corte tradicional y vivió en su infancia los duros años de La Violencia en el país. Ambos elementos marcaron fuertemente su literatura.

Años después viajó a Bogotá, en donde tomó cursos de arte en la Universidad de los Andes y entabló una profunda amistad con Marta Traba.

Viajó a Europa tiempo después, tras varios años en la capital y desencantada por el mundo que experimentaba. Recorrió el continente por muchos años con guitarra en mano, cantando rancheras, boleros y canciones del folclor latinoamericano.

Durante sus años en Europa trabó amistad con los grandes autores latinoamericanos de su tiempo: vivió en casa de Gabriel García Márquez durante su estancia en Barcelona y frecuentó encuentros a los que asistían autores como Carlos Fuentes o Julio Cortázar. Sin embargo, como ella misma ha contado en otros espacios, nunca fue legitimada como autora y su papel se reducía a la amiga a la que se le daba muy bien cantar boleros.

Su primera novela, Los Girasoles de Invierno (1970), cuenta su trasegar por las tierras europeas. Dos años después se publicó Dos veces Alicia y en 1975 publicaría quizá su obra más conocida: Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón.

Estaba la pájara pinta circuló durante muchos años sin autorización y fue reeditada en el 2015, cuarenta años después de la primera publicación autorizada.

En 1979 publicó ¡Oh gloria inmarcesible!, una colección de cuentos, y comenzó a sumar también a su obra poemas en prosa, obras de teatro y textos críticos sobre arte.

La obra de Ángel brinda una constante mirada crítica sobre la realidad colombiana. Como lo muestran sus títulos y formas, está sumergida por completo en nuestra experiencia nacional y bebe de ella para construir relatos que no son sencillos de leer.

La literatura de Ángel exige lectores y lectoras activos. Personas que estén tan enteradas de la realidad nacional, como dispuestas a tomarse el tiempo de desenmarañar novelas cargadas con flujos de conciencia, saltos en el tiempo y anécdotas empleadas para contar asuntos más profundos del país.

Por eso la relevancia histórica de Alba Lucía Ángel está más allá del lugar que se le ha negado y la necesidad de leerla no termina en rectificar nuestra visión del pasado, sino que empieza en pensar y crear el presente.

Y esta exigencia es quizá uno de los elementos más interesantes de su estilo, en especial por los temas que trata. La complejidad de su escritura obliga a detenerse, pensar y leer de nuevo, pero también impulsa a pensar con perspectivas diversas, asuntos como la vida de las mujeres en el país, la violencia, el movimiento estudiantil y la vida cotidiana en medio de los requiebros nacionales.

Una apuesta que todavía es vigente en un sistema literario en el que han prevalecido los discursos sencillos. Por eso mismo, la abundancia y calidad de su trabajo revelan que la suya no es una obra menor.

Albalucía Ángel una lectura necesaria
Foto: Biblored - Estaba la pájara pinta podría ser la novela más conocida de la autora.

Ángel y la literatura escrita por mujeres

Hoy sabemos mucho más de Albalucía Ángel de lo que supieron —o quisieron saber—sus contemporáneos.

Hemos escuchado sus experiencias en medio de la violencia nacional, conocemos las historias de su vida bohemia por los países europeos de la segunda mitad del siglo XX y hemos leído sus novelas y cuentos que retratan también su vida y en los que las mujeres no solo son protagonistas, sino creadoras del mundo en el que habitan, de sus formas de narrarlo y de transformarlo.

Sabemos también de su amistad con los escritores del llamado Boom Latinoamericano, especialmente con García Márquez. Y por los mismos detalles desafortunados de esa relación conocemos los desplantes que durante mucho tiempo el sistema literario masculino de Latinoamérica le hizo Ángel.

Sabemos que no solo se le negó un lugar como escritora en su tiempo, sino que se eclipsaron sus apuestas literarias con las figuras heroicas de estos autores, enterrando su obra en el campo de lo extraño, de lo experimental.

Ha sido gracias a las lecturas y relecturas que ha tenido en el país durante las últimas décadas que hemos descubierto esos desplantes. Pero, aún más importante, en estos años muchos hemos conocido obras con apuestas narrativas antes rechazadas: formas complejas de contar la violencia del país que se separan de la necesidad contemporánea de contar historias de buenos y malos y un dolor homogéneo; imágenes que nos hablan de relaciones familiares mediadas hasta lo más íntimo por la complejidad social del país; y la historia nacional contada desde la perspectiva de las mujeres (como lo reveló en su momento la crítica Betty Osorio) a través de los recursos de la literatura.

Por eso la relevancia histórica de Alba Lucía Ángel está más allá del lugar que se le ha negado y la necesidad de leerla no termina en rectificar nuestra visión del pasado, sino que empieza en pensar y crear el presente. Sus apuestas imaginativas y formales, sobre todo en lo que concierne a la herida nacional sobre la violencia, nos impulsa a pensar maneras de contar la vida del país no con la claridad del testimonio, sino a partir de la complejidad y el rigor.

Si pensamos en que las formas como se escribe la literatura son también herramientas para comprender de nuevas maneras nuestra historia personal y nacional, encontraremos en obras como la de Ángel las perspectivas que ofrece para pensar con profundidad ideas que damos por sentadas, y no tanto la densidad narrativa que se le endilga.

Como es el caso de Ángel, la obra de muchas escritoras en el país ha permanecido oculta o circulando en los márgenes y leída apenas por expertos. Los esfuerzos que se han hecho en la última década por rescatar estas obras del olvido acostumbrado –la Biblioteca de Escritoras Colombianas del Ministerio de Cultura es un gran ejemplo de ello– han permitido pensar en una historia de la literatura más diversa, que ha tomado caminos inesperados y removido los motivos habituales de la narración de nuestra historia nacional.

Pero como ocurre también con el caso de Ángel, este rescate de la literatura escrita por mujeres en el país no solo debería servirnos para repensar nuestra historia cultural. Restituir el lugar que merecen las autoras en el canon de la literatura colombiana implica también acabar con la defensa de visiones masculinas, lineales y estáticas sobre la literatura y la historia en el país.

Implica pensar narrativas diversas, complejas e incómodas que rompan los arquetipos que nos fundamentan. Hace años que las escritoras han hecho esto en el país y si hoy seguimos necesitando de estas perspectivas con urgencia pese a que no son ya una novedad, es porque nuestra deuda con el pasado es tan grande como nuestra necesidad de cambio.

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