Ojalá que de estas elecciones nos resulten un Congreso y un presidenciable sin encrucijadas.
César González Muñoz *
Después de la histórica y afortunada sentencia de la Corte Constitucional sobre el referendo reeleccionista, parece que la población colombiana le dio vuelta a la página y siguió en su rutina (para millones la rutina del rebusque, sin mañana previsible); quienes tenemos interés y oportunidad comenzamos a mirar hacia un futuro sin la continua presencia de Álvaro Uribe en la jefatura del Estado. Qué buena noticia para esa cosa tortuosa, incierta, indispensable y conflictiva que es la democracia. Salvo por algunas estridencias extremistas y aisladas que insisten en planes B plebiscitarios, la gente comienza a mirar las ofertas del nuevo escenario electoral. Uribe ya no estará allí, pero varios aspirantes querrán convencer a los electores de que están vestidos con las ropas del emperador, y buscarán encontrar el ademán y el talante más parecidos a los del presidente que se va en Agosto. Es que Uribe es ahora una marca registrada. ¿Quién será el dueño legítimo de la franquicia? ¿Será capaz la franquicia de impulsar a un mortal hasta la Casa de Nariño? Como ocurrió en el 2002, ¿no se irá el electorado detrás de una nueva ilusión, de un nuevo héroe? ¿Habrá en el campo algún guerrero, o alguna guerrera, capaz de alcanzar el pedestal heroico? Después del viernes, todo eso está por verse.
Vienen las elecciones al Congreso. Más allá de los insulsos y frecuentemente ridículos "mensajes" electorales, propios de idiotas, en dos semanas sabremos si la institución legislativa continuará hundiéndose en un pantano de indignidad e incompetencia ética, o si hay algunos signos de rescate. Son pocas las esperanzas, realmente. Sabremos si las mayorías del próximo Congreso serán relativamente durables, si alcanzarán a quedar en una foto formal, o si serán, como ahora, una marea cuyos movimientos y volantines tienen precio.
En todo caso, el 15 de marzo arrancará de veras la campaña presidencial. Todos los alfiles estarán dispuestos. Los elegidos se pondrán juiciosos a trabajar por su franquicia o por el nuevo mesías.
Y en junio vendrá el día del juicio. Será cuando la persona elegida se baje de los mensajes de inspiración y vehemencia y aterrice en las urgencias administrativas del Estado. Pero habrá algo por encima de todas ellas: Desde la Casa de Nariño debe irradiarse una nueva luz que deje ver una imagen más apacible, más ritual, más augusta del Estado y sus instituciones; el Estado de Derecho es una invención humana cuya creación y perfeccionamiento ha costado muchas guerras, mucha destrucción, muchos dolores en todas partes del mundo. Como resultado de la inventiva humana, el Estado de Derecho está cubierto de rituales, de ceremonias, de procedimientos ordenados, de respeto e inclinación ante las autoridades legítimas. Todo ello debe irradiarse desde la casa del Presidente de Colombia, desde el Capitolio, desde el Palacio de Justicia. No es por puros caprichos histriónicos que, todos los días, por ejemplo, el Parlamento de los Británicos abre sus sesiones después de una procesión altamente formal y ritual, con toda suerte de símbolos de poder legítimo. La preeminencia del Estado de Derecho con todos sus abalorios no se logra mediante decretos u órdenes administrativas, sino que es el resultado de una cultura. De un modo de ser. De un talante que procede de las cúpulas del Estado. El tal Estado de Opinión no es más que una montonera que es proclive a la violencia, al atajo doloso, al abuso de poder. Lástima que haya sido Napoleón Bonaparte el autor de un chascarrillo sabio: "Vístame despacio, que estoy de prisa". Por no hacerle caso a esta sentencia, Bonaparte pudo ser un genial caudillo militar, pero fue uno de los tiranos más nocivos de la historia.
*Miembro fundador de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic aquí.