
Tras el acuerdo para recibir unos cuatro mil afganos en Colombia hay una geopolítica y unas realidades económicas complejas y al mismo tiempo fascinantes. Aquí verá el por qué.
Juan Manuel Amaya Castro*
El acuerdo y sus alcances
Esta semana Colombia concluyó un acuerdo con Estados Unidos, mediante el cual se compromete a recibir unos cuatro mil nacionales de Afganistán.
Colombia los recibirá mientras se procesa una visa extraordinaria pensada para casi 35 mil personas, que les permitirá trasladarse a Estados Unidos. Se trata de personas —y sus familias— que trabajaron con las autoridades civiles y militares estadounidenses en Afganistán y que ya habían aplicado a esas visas. El gobierno de Estados Unidos se hará cargo de los costos de la presencia de estas personas en Colombia.
Aunque Colombia se honró de ser el primero en suscribir tal acuerdo, ya se han anunciado otros similares y, según el New York Times, un total de 98 países recibirían refugiados afganos.
Aun no es claro cuánto puede tardar el procesamiento de las visas y por ende la permanencia de los afganos en Colombia. Tampoco es claro cuántas de estas personas definitivamente serán admitidas a Estados Unidos; parece que no habrá cupos suficientes, pero también que habrá una gran presión interna para recibir a más personas, así que habrá que ver cómo se va desarrollando esta política.
Quienes no reciban la visa podrían tratar de ser reconocidos como refugiados. Los afganos que no sean admitidos a Estados Unidos correrán el riesgo de ser devueltos a Afganistán, lo cual sería peligroso para ellos pues tendrían el estigma de ser colaboradores o simpatizantes de los estadounidenses. Aunque es posible que sean recibidos por otros países —e incluso que Colombia les dé la oportunidad de quedarse (con o sin presión de Washington) — ese futuro por ahora no se puede predecir.
Para evaluar el acuerdo es necesario situarlo en el contexto de las políticas de migración y de refugio, no solamente de Estados Unidos sino de muchos países prósperos; y referirlo también al papel de países receptores de migrantes y refugiados que no son muy prósperos, como es el caso de Colombia.
Dos regímenes diferentes
En principio no tiene nada de raro exigir que una visa haya sido procesada antes de permitir el ingreso a un país. Esta es la práctica habitual de las cancillerías; algunos países dan la oportunidad de pedir la visa al llegar al país, pero esa práctica ha ido disminuyendo. Algunos estudiantes colombianos habrán vivido la experiencia de regresar a Colombia, y desde aquí pedir una visa de trabajo o de residencia para ingresar de nuevo al país donde cursaron sus estudios de posgrado.
Pero la situación es diferente cuando se trata de personas refugiadas. El derecho internacional de refugiados primero que todo exige pedir asilo fuera del país de procedencia y con el mismo rigor prohíbe devolver al refugiado al país en el cual corre peligro. Esta doble exigencia da pie a una geografía compleja y perversa del refugio, que obliga a las personas a abandonar sus vidas sin garantías de que serán recibidos en otra parte.
“Securitización” del migrante y el refugiado
Sumada a la amenaza del terrorismo internacional y al auge de partidos políticos que se aprovechan de la xenofobia en muchos países receptores, la situación anterior llevó a la llamada “securitización de la migración y del refugio”, estigmatizando de manera oficial a personas provenientes de ciertos países, en especial islámicos o subdesarrollados. Cada vez más un inmigrante pobre o un refugiado de un país o región estigmatizada sería una persona sospechosa.
Ese ha sido el ambiente donde, desde hace ya muchos años, varios países han ido procesando casos de refugiados fuera de sus fronteras:
- Estados Unidos utilizó esta vía en los años 1990 para procesar a miles de refugiados haitianos en sus bases en Guantánamo, en la isla de Cuba.
- Australia tiene acuerdos con varios países en la región donde tiene detenidas a miles de personas que esperan que sus casos sean procesados, muchas veces durante años y en condiciones subhumanas.
- Más recientemente, la Unión Europea acordó con Turquía la recepción de miles de personas provenientes de Siria, para que no lleguen directamente a Grecia y al resto de la Unión Europea.
Los ejemplos anteriores son muestras de la política de “mantener a los refugiados en sus regiones de origen”, por la cual los países del Norte pagan cientos de millones de dólares a países en el sur de Asia y en África Oriental. La Unión Europea le ha pagado 300 millones de euros a Irán y Pakistán desde el 2016, para que alberguen a los refugiados afganis. Y Pakistán alberga a tres millones de afganos.
Si bien no debemos subestimar la dimensión humanitaria de este enorme esfuerzo financiero, también es imposible ignorar el interés propio que los países del norte tienen en mente al hacerlo.
Colombia y la mercantilización de los refugiados
Las realidades anteriores han sido el caldo de cultivo de una actividad económica donde algunos países del Sur tienen ventaja comparativa por su situación geográfica. Por ejemplo, Jordania (con millones de refugiados sirios, iraquíes, palestinos, etc.) o Kenia (millones de refugiados de Sudan, Somalia, Etiopía, etc.) sufrirían enormes golpes económicos si esas crisis de refugiados fueran resueltas milagrosamente.
Si bien la cuestión de los refugiados en el mundo se entiende como un problema de la comunidad internacional, son los países vecinos a los lugares de éxodo quienes tienen que ofrecer la asistencia humanitaria inmediata. En general, y generalizando, el consenso entre los economistas concluye que los países se benefician a mediano y largo plazo del ingreso repentino de inmigrantes o refugiados.
Pero en muchos países los refugiados o migrantes son vistos como un problema, por razones de ignorancia y/o de xenofobia, y porque lo visible es el ingreso de personas necesitadas de ayuda. De aquí que sea común apelar a la comunidad internacional para que ofrezca asistencia directa o indirecta al país inmediatamente receptor. Una vez prometida la ayuda se vuelve más difícil retirarla, y eso ha llevado a que algunos países pudientes rehúyan o eviten la única solución adecuada y distinta de reincorporar los migrantes a su sociedad de origen: la integración y asimilación de la población migrante o refugiada en el país receptor.

Colombia ha tratado de jugar a las dos bandas o estar en las dos orillas:
- Por un lado, ha tratado de movilizar a la comunidad internacional para que sea ella y no apenas Colombia quien asume la carga inmediata de recibir a los venezolanos.
- Por otro lado, ha entendido que no hay nada tan permanente como una “situación temporal” y ha anunciado la integración socioeconómica de esos venezolanos. Sería preferible hacerlo de manera explícita y no a través de mecanismos ambiguos —como el de la Protección Temporal—; pero la ilusión de temporalidad funciona como paliativo político. Igualmente sería mejor si además de los venezolanos, las medidas cobijaran al número reciente de migrantes y refugiados de Haití y de otros países.
De cualquier manera, por necesidad o por oportunismo, Colombia acabó participando en el mercado internacional de refugiados y migrantes forzados. Y esto ayuda a explicar su afán por ser el primero en colaborar con Estados Unidos en el caso de los afganos.
Entendiendo a los afganos
Los afganos que estarán llegando a Colombia no están aplicando a ser refugiados en Estados Unidos. Quieren obtener una visa especial, creada para ellos como personas que fueron empleadas por el gobierno estadounidense. Es de suponer que ya se hizo un primer control cuando fueron escogidos para ser empleados.
Pero la suya no deja de ser una situación sui generis, puesto que no pueden ir a Estados Unidos, pero tampoco pueden quedarse en Afganistán. Bajo estas circunstancias —y especialmente si se les niega la visa americana— podrían tratar de ser reconocidos como refugiados e ingresar así a Estados Unido —o a Colombia—. Estos procesos posiblemente se prolongarán durante varios años, con toda la incertidumbre del caso para los miles de afganos que trabajaron con los estadounidenses y ahora buscan su suerte en territorio extranjero.