La ministra Irene Vélez no para de equivocarse. ¿Cómo confiar ante una mirada tan alejada de nuestra realidad? Y, sobre todo, ¿cómo lograr la transición energética responsable?
Amylkar Acosta M*
¡No por mucho madrugar amanece más temprano!
Es bien sabido que Colombia no es un país petrolero, ya que sus reservas son precarias y la producción no supera el 0,75% del total mundial. Aun así, el país insiste en depender del petróleo.
El gobierno Petro busca una transición energética responsable con el medio ambiente y que no afecte considerablemente la economía del país. Pero se sobreentiende que la producción petrolera no debe frenar en seco y, como dice Rudolf Hommes, no debemos “dejar de pasar oportunidades en minería y petróleo que no atenten contra el medio ambiente”.
Tiene toda la razón. La verdad es que, como señala la Agencia Internacional de Energía (AIE), apenas a partir de 2030 empezará a aplanarse la curva de demanda por petróleo en el mundo. Y, con la línea actual, seguirá superando los 100 millones de barriles al día. Aun en el caso de que los países cumplan al pie de la letra sus compromisos adquiridos en el marco del Acuerdo de París, el consumo de crudo estará por los 93 millones de barriles diarios.
Según el principio keynesiano de que toda demanda crea su propia oferta, es indudable que si no es Colombia quien produce y exporta el petróleo, habrá alguien que ocupe ese lugar.

Por eso, si Colombia deja de producir petróleo entrará en un laberinto sin salida. Por un lado, el país dejará de recibir divisas del petróleo, lo que afectará considerablemente el balance económico y provocará la hiperdevaluación del peso. Y, por otro lado nos veremos obligados a importar el petróleo para cargar las dos refinerías y evitar el riesgo de desabastecimiento de combustibles.
La ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, declaró en el Foro Económico Mundial en Davos que en Colombia “no vamos a conceder nuevos contratos de exploración de gas y petróleo. […] es una señal de nuestro compromiso en la lucha contra el cambio climático”.
Tiene toda la razón. La verdad es que, como señala la Agencia Internacional de Energía (AIE), apenas a partir de 2030 empezará a aplanarse la curva de demanda por petróleo en el mundo. Y, con la línea actual, seguirá superando los 100 millones de barriles al día. Aun en el caso de que los países cumplan al pie de la letra sus compromisos adquiridos en el marco del Acuerdo de París, el consumo de crudo estará por los 93 millones de barriles diarios.
Sin embargo, según expertos y conocedores del tema, las declaraciones de la ministra han estado fuera de lugar y, además, pone en evidencia lo alejada que está la ministra con la realidad de país.
El pronunciamiento de Vélez sorprendido a la exviceministra de Energía, Belizza Ruíz, y al ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo. De acuerdo con Ocampo, estaban esperando los resultados de un estudio y de unas proyecciones, que se conocerían en mayo de este año.
La ministra Vélez se apoya en un controvertido estudio, hecho en volandas y con notoria falta de rigor técnico, en el cual llegan a la conclusión de no conceder nuevos contratos.
El estudio, titulado “Balance de contratos de hidrocarburos para la Transición Energética Justa” está avalado por el Ministerio de Minas y Energía y por la Agencia Nacional de Hidrocarburos (ANH), pero a la vista resalta que toda la argumentación está basada en cifras sesgadas e imprecisas.
Es de anotar que la exviceministra Ruíz, quien aparece firmándolo, manifestó que su “nombre fue puesto allí para legitimar esas cifras y ese texto. Una vez leído, estoy en completo desacuerdo con ese documento”.
La realidad es que el documento no plantea que no se firmen nuevos contratos como lo quiere hacer ver la ministra. De acuerdo con Vélez, si se suman las reservas probadas, probables y posibles y, además, se les agrega el desarrollo de los recientes descubrimientos de Uchuva y el bloque integrado de evaluación hechos por Ecopetrol se garantizará el suministro de gas más allá del 2037.
Va más lejos aún al asegurar que, si se le adicionan los recursos prospectivos actuales, se extenderá el suministro hasta el 2042. Las cifras de la ministra son cuentas alegres.
Según el presidente de la Asociación de Geólogos y Geófisicos del Petróleo, Flover Rodriguez, no se pueden confundir los recursos probados, probables y posibles con los contingentes y prospectivos. Él dice que los prospectivos “están aún lejos de ser reservas, ya que estas deben ser descubiertas y ellas no lo son”. Dicho de otra manera, no se pueden sumar peras con manzanas.
Por lo demás, una de las mayores limitaciones del estudio es que no va más allá del mero balance de los contratos, cuando la decisión sobre si se firman o no nuevos contratos de exploración y explotación de hidrocarburos tiene unas implicaciones que van desde el impacto en la balanza comercial del país, el impacto fiscal, cambiario o en la afluencia de inversión extranjera, entre otros.
Es evidente que los platos rotos de una decisión tan desatinada como la de marchitar la actividad hidrocarburífera en el país la pagarán los próximos gobiernos. Es irónico porque, debido al efecto inercial y a la actual coyuntura internacional, el cuatrienio de Petro será el de mayores exportaciones de petróleo y carbón; al alcanzar cifras récord en producción de volúmenes y en ingresos de divisas.

¡Del dicho al hecho hay gran trecho!
Es entendible la posición del director de Crédito Público y del Tesoro Nacional, José Roberto Acosta, al salirle al paso a la ministra Vélez y advertir que “no se ha tomado la decisión sobre la suscripción de nuevos contratos de exploración. No es una decisión de gobierno. Lo dicen las cifras, necesitamos más contratos de exploración”. Él la tiene clara, sabe que lo que está en juego es la estabilidad macroeconómica del país.
Es evidente que los platos rotos de una decisión tan desatinada como la de marchitar la actividad hidrocarburífera en el país la pagarán los próximos gobiernos. Es irónico porque, debido al efecto inercial y a la actual coyuntura internacional, el cuatrienio de Petro será el de mayores exportaciones de petróleo y carbón; al alcanzar cifras récord en producción de volúmenes y en ingresos de divisas.
La ministra ha repetido hasta la saciedad que no cancelará los contratos vigentes. Pero es que eso no está en discusión. Ni más faltaba que frenera en seco la actividad de la industria cuando hay de por medio unos contratos firmados.
Se trata, según ella, de “un plan para aumentar las reservas de hidrocarburos, que consta de tres partes: potenciar contratos vigentes, destrabar los suspendidos y la utilización de técnicas como la del recobro mejorado”. El plan es plausible pero no es suficiente para la seguridad energética del país.
El recobro mejorado es una técnica que permite un mayor y mejor aprovechamiento de los recursos petroleros en los campos maduros, aquellos que ya están en etapa de declinación. Para la ministra, “si hoy Colombia aumentara su factor de recobro a promedios internacionales, podríamos contar con un aumento de cerca del 15 % en nuestros recursos de petróleo”.
No obstante, aumentar el factor de recobro demanda cuantiosas inversiones y el uso de técnicas sofisticadas de última generación, lo cual implicaría mayores costos de extracción del petróleo, que sólo se justificarían cuando las señales de precio y la regulación ambiental lo favorezcan.
Entonces hay que superar muchas barreras para pasar del dicho al hecho. Eso no es como soplar y hacer botellas.
Si Colombia renuncia prematuramente a los hidrocarburos, ¿con qué vamos a suplir las divisas que dejarán de ingresar y los ingresos que dejarán de percibir departamentos y municipios?
También cabe preguntarse cómo asegurar los 350.000 barriles diarios que demandan las dos refinerías para garantizar el abastecimiento de combustibles. Bien dijo Aldoux Huxley que “los hechos no dejan de existir porque se ignoren”.
La única forma de mantener y/o aumentar la producción de petróleo es acrecentando las reservas probadas, que son las únicas con las que se puede contar a ciencia cierta.

¡Más vale pájaro en mano que cien volando!
Desde luego que el país no se puede resignar a seguir dependiendo, como depende, de la actividad extractiva del petróleo y el carbón. Aún más a sabiendas de que en el largo plazo la demanda se va a contraer y sobrevivirán los productores con menores costos, entre los cuales no está Colombia.
Se impone, entonces, la necesidad de acompasar la Transición Energética con una estrategia de Transformación Productiva, con el propósito de diversificar la economía y la canasta exportadora.
Lo que no se puede es dar un salto al vacío y darle la espalda a los hidrocarburos cuando no tenemos al alcance de la mano otro sector, otra fuente de crecimiento, empleo e ingresos que lo sustituya.
Pero es claro que el cambio toma su tiempo y demanda, en este caso, de ingentes inversiones. A Chile, por ejemplo, le tomó 25 años convertirse en uno de los mayores exportadores de frutas a nivel mundial y dejar de depender sólo de las exportaciones de cobre.
Lo que no se puede es dar un salto al vacío y darle la espalda a los hidrocarburos cuando no tenemos al alcance de la mano otro sector, otra fuente de crecimiento, empleo e ingresos que lo sustituya.
No podemos dejar lo cierto por lo dudoso. Colombia se tiene que cuidar de no incurrir en el mismo error de Alemania, que se apresuró a apagar las plantas térmicas de generación de electricidad y los reactores nucleares sin contar con la capacidad de generación suficiente a partir de fuentes renovables. Ese error lo está pagando caro actualmente.
Otra lección de la crisis energética que afronta Alemania, y en general los países que integran la Unión Europea, es que tanto o más importante que la seguridad energética es la soberanía energética, para no estar a expensas de otros países.
Finalmente, tenemos que decir que, así como es de importante que la transición energética sea justa, también debe ser responsable. Como lo aconsejó el presidente Luis Ignacio Lula da Silva, “mientras no tengas energías alternativas seguirás usando la energía que tienes”. Esta es una verdad perogrullada.
Así mismo, como lo advirtió, con mucha antelación a la actual crisis energética global, el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, se requiere “una transición tranquila y eficiente”, a riesgo de enfrentar “una transición caótica” y, añadiría yo, traumática.
Para evitarlo sólo basta tener una buena dosis de sensatez, realismo y pragmatismo. Debe entenderse que la transición debe ser inteligente y darse de una manera gradual y progresiva.