El 16 de mayo de 1990 moría, en Nueva York, James Maury Henson, mejor conocido como Jim Henson. Pocas personas lo recuerdan hoy en día y sin embargo, es más reducido el número de personas que no recuerden alguna de sus creaciones.
Juan Pablo Franky
Amante de las marionetas, Jim Henson trabajó desde joven para la televisión en un modesto show con títeres. Desde sus inicios, buscó que sus marionetas tuvieran una conexión más sutil con el público, que desbordaran vida y sensibilidad, por lo que él mismo se encargaba de crearlas. Debido a su experiencia y creatividad Henson fue llamado a trabajar en Plaza Sésamo, programa al cual le daría un nuevo aire y una mayor audiencia. Su paso por el programa televisivo lo llenó de honores suficientes para que desde Inglaterra le llegara una propuesta para producir su propia serie. Nadie llegaría a imaginar los resultados de este ofrecimiento. El Show de los muppets, la creación más conocida de Henson, tuvo un éxito masivo sin precedente alguno, trasmitido en más de 100 países y llevado al cine en varias ocasiones. Pero Henson, desde la época de Plaza Sésamo, mantuvo cierta distancia con su rol en la televisión, ya que no quería quedar encasillado como creador de muñecos para niños. Siempre tuvo la idea de embarcarse en proyectos más ambiciosos.
Por eso en los ochenta Henson trabajó en una de sus más sorprendentes creaciones para televisión: "El cuenta cuentos" (Jim Henson`s The Storyteller), serie de 15 capítulos de mitos griegos y leyendas populares en los que se alejó de sus coloridos Muppets para viajar por mundos oscuros relatados con la pericia de un encantador de serpientes. De esta serie Henson solamente dirigiría unos cuantos episodios; sin embargo, en la misma década realizó sus dos obras para el cine: El cristal encantado (Dark Cristal, 1982) y Laberinto (Labyrinth, 1986).
En estas películas, al igual que en El cuenta cuentos, Henson dejó de lado las marionetas que simplemente gesticulan para enfocarse en la construcción de muñecos más móviles, realizados con técnicas mixtas (de la misma casta de E.T. y Yoda), seres que cautivaban con su simple presencia.
En El cristal encantado construyó todo un mundo para contarnos la aventura del último Getfling, un ser indefenso que fue elegido para reconstruir el cristal que una vez mantuvo la armonía en su mundo. Como es de esperarse, la estructura de la película, lineal y anclada a la tradición del cuento popular; cuenta la lucha entre el bien y el mal y muestra a un héroe con una tarea que no se siente capaz de cumplir. En todo caso, este marco estructural clásico es colmado con la compleja y entrañable creación artesanal, no sólo de muñecos, sino de un universo entero. Todos los personajes son curiosas marionetas animadas que transitan por amplios escenarios y nunca pierden el tiempo quedándose quietos. Con un atrevido ambiente sombrío, la película supera agradablemente lugares comunes del cine para niños, sin dejar de ser un delicioso bocadillo para chicos y una obra de culto para grandes.
Aunque El cristal encantado no fue recibida con mucha euforia, cuatro años después Henson culminó la producción de Laberinto. La película cuenta la historia de Sarah (Jennifer Connelly), quien cansada de cuidar a su hermanastro, invoca a Jareth, Rey de los Goblins, para que se lo lleve. Jareth, personificado por un Glamuroso Bowie, cumple el deseo de Sarah, y acciona así la travesía de la niña malcriada dentro del laberinto. De nuevo Henson apuesta a la estructura clásica del cuento, pero esta vez el viaje que emprende el héroe solamente genera un cambio interior del personaje: concretar la madurez de Sarah, dejando de lado la cosmogonía de un universo para centrarse en la evolución de un individuo.
A diferencia de El cristal oscuro, Laberinto está cargada de "concesiones" para acercarse más al público. En primer lugar introduce en el elenco dos personajes humanos: una juvenil Jennifer Connelly y un siempre extravagante David Bowie. En segundo lugar involucra al Monty Python Terry Jones, en la escritura del guión, por lo que se duplican las situaciones y los personajes estrafalarios con los que se encuentra la heroína y, al mismo tiempo, se merma la oscuridad que caracterizaba su anterior trabajo, evitando cierto aire de solemnidad en la aventura. Todo esto hace de Laberinto una película más liviana, mucho más divertida. Es como un buen show de los muppets de casi dos horas, que termina con una alegre fiesta en la que los muñecos cantan y bailan.
El trabajo de Henson mostró la importancia y validez de recuperar y actualizar una tradición. En este caso la utilización de marionetas, títeres o muñecos para contar o representar historias. Hoy en día todavía se busca un lugar en la industria cultural para estas manifestaciones tan artesanales como artísticas, que por culpa de la hegemonía del dibujo animado y la animación por computador, están obligadas a sobrevivir en entornos alternativos de distribución como festivales de cine especializados o independientes. Por eso Henson fue y será un referente para muchos que continúan luchando por llevar sus creaciones al cine, pero también el hombre que alimentó la imaginación y fantasía de generaciones que jugaron con títeres y muñecos, y no sólo frente a la computadora, con Mario Bros.