Treinta años de la caída del muro de Berlín: ¿qué ha pasado con las ideologías políticas? - Razón Pública
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Treinta años de la caída del muro de Berlín: ¿qué ha pasado con las ideologías políticas?

Escrito por Andrea Arango

Andrea ArangoMuchos interpretaron este evento como el triunfo definitivo de la democracia liberal capitalista. ¿Qué pasó con esa interpretación? ¿Fue confirmada o desmentida por la historia?

Andrea Arango Gutiérrez*

Socialismo vs. Capitalismo

El pasado sábado 9 de noviembre se celebró el trigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín. Este evento histórico que tuvo lugar en la Alemania de 1989 fue la comprobación empírica de la tesis del fin de la historia propuesta por el escritor y politólogo norteamericano, Francis Fukuyama, según la cual, la economía de mercado capitalista, la democracia liberal y el Estado de derecho constituían un modelo superior al del socialismo soviético.

Lo cierto es que antes de 1961, cuando se construyó el muro, ya habían aparecido indicadores de la superioridad del modelo capitalista, pues además de que dos millones de personas escaparon de la Alemania oriental y de los países soviéticos, durante los 28 años que el muro estuvo en pie, al menos 240 personas fueron asesinadas mientras trataban de escapar del bloque socialista y más de 70.000 fueron apresadas por intentar huir hacia tierras capitalistas.

La crisis de ‘el fin de la historia’

El año 1989 marcó el fin de la Guerra Fría y dio luz a una nueva era en las relaciones internacionales bajo la hegemonía de Estados Unidos. Durante la era de la posguerra (1989-2001), la tesis de Fukuyama sirvió de sustento ideológico para alentar las transiciones hacia la democracia liberal capitalista, conocidas en la academia como el fenómeno de la tercera ola de democratización. El segundo y tercer mundo hicieron transiciones de régimen político autoritario, de partido único o de burocracia militarizada para abrir la participación ciudadana a través de elecciones libres y con sufragio universal.

Antes de los atentados a las torres gemelas del 11 de septiembre del 2001 —hecho que marcó una nueva era global— el optimismo frente a la expansión espontánea del modelo occidental era generalizado. Pese a ello, en 1997 el periodista estadounidense de origen indio Fareed Zakaria advirtió que, antes de escuchar la voz popular, las sociedades no-occidentales debían “liberalizarse”, es decir, que debían modernizarse siguiendo la trayectoria europea y norteamericana. De lo contrario, la esperanza democratizadora iba a dar pie a nuevas democracias no liberales o iliberales. Su advertencia llamaba la atención sobre la falta de espontaneidad de los procesos de difusión del modelo socio-político occidental.

Hoy Occidente está lejos de afirmar que el Estado democrático-liberal y capitalista pueda expandirse espontáneamente en todo el mundo.

El fracaso de la invasión unilateral de Estados Unidos a Iraq le sirvió a Fukuyama para moderar las expectativas modernizadoras y apostar por el fortalecimiento de la estatalidad antes de hablar de elecciones y libre mercado. Aunque tarde, Fukuyama se percató de que, como advertía Zakaria, exportar elecciones libres sin las precondiciones que tuvieron Europa y Norteamérica no produciría democracias liberales, sino teocracias y neo-patrimonialismos (Estados clientelistas) y, por lo tanto, era necesario fortalecer la autonomía del Estado a través del desarrollo de instituciones burocráticas.

La premisa de la estatalidad primero es propia del sesgo europeo, según el cual, el Estado racional (burocrático) y el mercado (que presupone la propiedad privada) dieron lugar al liberalismo (libertades civiles e individuales) y, posteriormente, a partir de reclamos populares, producto de las altas tasas impositivas, abrió el régimen político a los reclamos populares (democracia). Así pues, no hay impuestos sin representación. Estas ideas obedecen a la trayectoria histórica que vivió Europa occidental.

Foto: Wikipedia
Este año se cumple el trigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín.

En ese orden de ideas, podemos afirmar que si se abre el régimen político a los reclamos populares sin las precondiciones propias de la trayectoria europea, no se logrará llegar al fin de la historia ni al triunfo del modelo ideológico democrático-liberal en el que todos los seres humanos viven bajo formas de organización política que garantizan la dignidad humana como la entendemos en Occidente.

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La democracia liberal es, entonces, el resultado de una combinación secuencial de variables que no se expanden naturalmente y, por ende, deben promoverse en un orden específico a través del uso del hard power o de préstamos condicionados, intervenciones militares y ayudas humanitarias provistas por la comunidad internacional occidental.

La Primavera Árabe (2010) y las protestas pro Unión Europa en Ucrania (2015) a raíz de la anexión rusa de Crimea animaron de nuevo los ideales universalistas de la democracia occidental sin precondiciones. No obstante, es evidente que la democracia liberal no es un proyecto universal en tanto requiere del hard power y también del imperialismo cultural o soft power como lo demuestra la participación de la comunidad internacional en esos eventos encabezada por Estados Unidos. En efecto, el mismo Fukuyama aboga por entrenar ideológicamente líderes ucranianos para que luchen por la libertad.

Durante estos treinta años de historia, mucha agua ha corrido bajo el puente y otros modelos socio-políticos han logrado establecerse como contrahegemónicos: hoy Occidente está más lejos que nunca de afirmar que el Estado democrático-liberal y capitalista pueda expandirse espontáneamente en todo el mundo. Las teocracias islámicas y el capitalismo de Estado chino son los principales adversarios ideológicos externos de las democracias occidentales.

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La importancia de los contextos

El fundamentalismo islámico, el populismo de derecha, la influencia de la religión en la política y el nacionalismo blanco han significado un alto en el camino que parecía conducir hacia el fin de la historia pronosticado por Fukuyama. De hecho, todos ellos han empujado al pensador norteamericano a estudiar los confines de las identidades nacionales. Indudablemente, la actual recesión global de la democracia liberal abre nuevos interrogantes que deben hallar respuestas a partir de análisis contextuales.

La importancia de volver a preguntas nacionales y de abandonar el imperialismo cultural está respaldado por la Encuesta Mundial de Valores, la cual pone de manifiesto que existen sistemas de valores distintos que son modificados superficialmente por el crecimiento económico, pero nunca de forma definitiva.

El modelo teocrático islámico y el capitalismo de Estado chino son los mayores contrincantes que tiene Occidente.

La esperada transición de sociedades tradicionales a unas seculares-racionales no se da como efecto del tránsito de una economía de la supervivencia a una economía de mercado financiera donde las personas dejan de lado los intereses materiales para buscar la autoexpresión y la tolerancia liberal. Esta encuesta saca a relucir que, en última instancia, es la religión la que determina los valores de las sociedades y que las sociedades seculares-racionales, es decir, aquellas que logran el ideal de la democracia liberal, tienen una base religiosa protestante que han conformado un legado cultural determinado, no universal.

Foto: Wikipedia
El fundamentalismo islámico y el populismo de derecha detuvieron el fin de la historia.

Los datos sobre los legados culturales diferentes que configuran sistemas de valores contextuales ponen en evidencia que, abrirse a los valores seculares-racionales y autoexpresivos propios de los regímenes democráticos liberales, no es una decisión universal ni libre, sino un proceso que exige imponer determinados diseños institucionales (construir un tipo de Estado y un tipo de régimen político), y adoptar nuevos valores por vías coercitivas durante largos períodos de tiempo. Como la historia lo demuestra, crear nuevos legados culturales, acarrea necesariamente colonización e imperialismo.

Todo lo anterior pone en evidencia que la Historia, con H mayúscula, entendida como un conjunto de configuraciones ideológicas que se confrontan entre sí, se ha reactivado con una fuerza enorme. El modelo teocrático islámico y el capitalismo de Estado chino son los mayores contrincantes que tiene Occidente en la actualidad. La fuerza expansiva que dichos modelos han logrado debe ser interpretada como una invitación para que Occidente reconozca los límites de su ideología y se dedique a defender el liberalismo en territorio propio renunciando a la idea de luchar por la ‘libertad’ del planeta entero.

En esta reconfiguración de confrontaciones ideológicas o choque de civilizaciones, Occidente tiene una gran desventaja competitiva porque está dividido internamente. Actualmente, no sólo está lidiando con el fascismo bajo sus nuevas caras de nacionalismo blanco, supremacismo blanco, populismo de derecha y política anti-inmigración, sino también contra el hecho de que por culpa del movimiento posmoderno, la actual política progresista gira en torno a la reivindicación de identidades múltiples y a la atomización de la comunidad.

Todo parece indicar que estamos ante el fin de nuestra historia y la configuración de nuevas historias contextuales. Solo nos resta esperar que la idea occidental de dignidad humana y el régimen que mejor la ha garantizado hasta ahora –la democracia liberal– sobrevivan así sea únicamente en nuestros territorios.

*Docente del pregrado en Ciencia Política, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Manizales. Coordinadora de Eje Cafetero Visible. Magíster en Ciencia Política de San Diego State University. Politóloga de la Universidad de Antioquia.

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